Los seres humanos buscamos incansablemente la felicidad en cada día de nuestras vidas, la encontramos de una y mil formas, pero, aun así, la seguimos buscando para poder ser más felices de lo que ya somos, y esa forma de seguir buscando un momento que defina esa hermosa sensación de sentirnos alegres y conformes con lo que hacemos se hace infinita, toda vez, que cada momento feliz ya no nos satisface, sino que deseamos una felicidad diferente, la de los sueños más anhelados, aquella que esta al alcance de nuestras manos pero, que no llegamos a tocarla.
Esa constante búsqueda de la felicidad nuestra nos hace ser personas que solo pensamos en nuestra felicidad y nos olvidamos en muchos casos de todos los que nos rodean y que esperan que tu encuentres esa felicidad para que todos en cada mundo personal lo seamos. Esa forma de ser es ese egoísmo que nos hace alejarnos de las personas que más amamos y no nos permite compartir algo tan hermoso como sentir la alegría en los demás y en uno mismo.
El egoísmo, la soberbia, el orgullo, son los que no permiten en cada uno de nosotros que podamos compartir los momentos felices en nuestros hogares, en nuestros centros de estudios y nuestros centros de trabajo, porque queremos que la felicidad sea solo nuestra, y al no compartirla rechazamos de una u otra manera a quienes están a nuestro lado apoyándonos siempre
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y dándonos el calor de su amor, un amor al que no queremos abrirnos pues preferimos vivir en nuestra burbuja y disfrutar solos lo que nos hace felices.
Muchas veces pensamos que hacer feliz a una persona es tan sencillo que es suficiente darle un regalo para que se sienta dichosa, pero esto no es así, la verdadera felicidad radica en el corazón de cada uno de nosotros, y somos felices porque nos tenemos los unos con los otros y por que nos tenemos tu y
yo, papá y mamá, hermano y hermana, amigo y amiga, abuelos y nietos, compañeros y compañeras de trabajo, la felicidad es cada momento que compartimos y no solo eso, sino es cada momento en que nos vemos y sabemos que estamos bien, eso nos hace felices, y más aún cuando compartimos cada éxito y cada logro que cada uno de nosotros va obteniendo en el transcurso de los días vividos, ser feliz, porque tu madre lo es, porque tu hermano lo es, porque tu amigo lo es , eso es lo esencial en las formas que tenemos de sentir amor por la felicidad de todos y esos momentos los hacemos inolvidables.
Sin embargo si seguimos mirando el otro extremo de los que pecan por su egoísmo y su soberbia, aquellos que han herido sentimientos por no tomar en cuenta el amor que se les brinda, a ellos debemos enseñarles que en cada mes de diciembre recordamos el nacimiento de Jesús, por quien abrimos nuestros corazones en un gran sentimiento de amor y de humildad que es lo que nos enseño desde la forma en que vino al mundo, esa humildad con la que vivió y predicó y es lo que nos hace compartir en ese día el sentimiento más grande
de entrega que los seres humanos hemos visto a través de los siglos y ese gran ejemplo de humildad es lo que nos debe permitir ahora, el corregir nuestros errores y aprender a pedir perdón a quienes hemos ofendido.
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Es la Navidad la que nos da un momento en nuestras vidas para poder reconciliarnos con nosotros mismos y con todos aquellos a quienes hemos faltado de palabra u obra, para poder abrazarnos nuevamente y que el perdón se sienta vibrar en nuestros corazones y que la felicidad se convierta en parte de cada minuto de la vida que disfrutamos por el solo hecho de tenerla y de vivirla, porque tuvimos la oportunidad de decir perdón, perdóname, por mis faltas, por mis errores a quienes amamos y a quienes ahora llevaremos en nuestros corazones cada segundo de nuestra vida, porque ese perdón fue aceptado con humildad para poder vivir una vida diferente aquella que Jesús nos enseño para vivirla en paz en comprensión y en unión con todos a quienes amamos y respetamos, por hoy y siempre.
En un día como hoy: Hego Arrunátegui Espinoza.
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